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Para construir un nuevo rascacielos, los constructores demuelen la estructura existente. En ocasiones, sólo una vez que el edificio es una pila de escombros llega alguien y dice que era un palacio.
La tecnología es el nuevo rascacielos; una carta manuscrita es el palacio. El email es la bola de demolición. Una nota de agradecimiento por escrito es el escombro descartado.
No cabe duda de que el email es una herramienta de comunicación indispensable en este mundo febril y complejo. La comodidad es el regalo que hace a la humanidad. Basta con un click en la flecha de contestar; y no hace falta buscar el nombre de la persona. Para aquellos cuyo fuerte no es la ortografía, no es necesario recordar si el nombre de un amigo de la infancia es Nelson o Nielsen, si Anderson es Andersen ni si Kramer no es Cramer.
Con la misma operación de respuesta, una persona se evita direcciones, códigos postales, ciudad, estado y país. ¿Nuestro mejor amigo sigue viviendo en Chicago o se trasladó a Sídney? Con el email, no tiene importancia. De alguna forma, Internet encontrará su casilla de correo electrónico como por arte de magia. El destinatario podría estar al otro lado del mundo, pero para el remitente podría hallarse en la casa de al lado.
Con el email no existen molestias como las estampillas pegajosas, los sobres demasiado pequeños ni hay que caminar hasta el buzón de enfrente. Ha desaparecido la pregunta, “¿Cuánto cuestan ahora las estampillas?” Las estampillas son agradables, y echaremos de menos las bonitas imágenes o alguna figura histórica, pero el progreso es el progreso. Por otra parte, se usan los diez dedos para escribir palabras a velocidades impensables con una lapicera y tinta.
Un problema es la falta de un buen corrector ortográfico electrónico. Es cierto que la lapicera y el papel tienen un corrector ortográfico. Se llama diccionario. El problema es que, si se comete un error ortográfico y no lo advierte, el lector puede pensar con facilidad que el que escribe es un tonto. No hay líneas rojas que subrayen el error. Hay que escribir un borrador para escribir una carta. De lo contrario, la mitad de la página queda llena de tachaduras y garabatos.
Todo eso hace que la nota de agradecimiento manuscrita sea mucho más importante. En comparación con un breve mensaje de texto, un email y hasta un rápido llamado telefónico, sentarse a escribir es dedicarle tiempo al destinatario.
El tiempo suele ser el valor más escaso en nuestros días. Nuestros depósitos personales están vacíos. Por lo tanto, que alguien regale minutos puede ser más importante que el contenido de la página.
Escribir y enviar tarjetas de agradecimiento beneficia tanto al remitente como al destinatario. Compartir el agradecimiento refuerza el sentimiento de alegría que motivó la nota. Sucede algo positivo en el plano biológico cuando plasmamos nuestras emociones en papel para compartirlas con alguien a quien queremos. Podemos expresar el agradecimiento en un diario que nadie leerá. Es la combinación del agradecimiento y el hecho de compartirlo lo que altera el cerebro de forma positiva.
Por desgracia, las enseñanzas de Emily Post y Miss Manners quedaron sepultadas junto con la mansión de la correspondencia. Para algunos, la etiqueta es un vestigio polvoriento de la burguesía. Las expectativas han cambiado. Las cosas pasan como en las películas. Todos olvidan el esfuerzo que insumieron. Miramos a nuestro alrededor y sólo nos vemos a nosotros mismos. No vemos a nadie a quien agradecer.
Sin embargo, hay esperanzas. La mayor parte de los padres enseña a sus hijos a usar “palabras amables”. “Por favor” y “gracias” figuran entre los primeros agregados que hacen los padres al vocabulario de un niño. Las notas de agradecimiento usan esas palabras amables por escrito.
¿Qué merece una nota manuscrita de agradecimiento? No hay una escala fija. A veces el más simple de los actos merece una nota debido a su impacto emocional, no por la magnitud del esfuerzo.
Busquemos una lapicera. Tomemos una hoja de papel. Encontremos la dirección. Compremos las estampillas. Escribamos la nota. Pongámosla en un sobre. Mandémosla por correo.
Hemos evitado la bola de demolición. Joseph Cramer, M.D., is a board-certified pediatrician, fellow of the American Academy of Pediatrics, practicing physician for 30 years and a hospitalist at Primary Children's Hospital and the University of Utah. Email: jgcramermd@yahoo.com