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Faltan pocos días para Acción de Gracias y John Drobnyk apenas está terminando los mandados previos al feriado. Pero este es quizás el más importante.
Estaciona frente a un modesto edificio de depósito en su sedán color oscuro y desafía la llovizna matinal bajando con bolsas de plástico llenas de alimentos –tomates en trozos, algunas tartas. Regresa corriendo a su auto en busca de una segunda bolsa que contiene pavo pequeño congelado y latas de salsa de arándanos. Anota su donación en un cuaderno sobre el mostrador de recepción y sigue su camino.
Es un gesto pequeño, pero cada año se preocupa por donar alimentos, dice Drobnyk al salir. Para él, es una manera simple de marcar una diferencia durante las fiestas.
Miles de personas como Drobny, de 69 años, donan a bancos de alimentos como éste en el sureste de Connecticut durante la temporada de las fiestas –a través de colectas de alimentos en escuelas, iglesias, clubes y centros de depósito comunitario.
Pero, ¿adónde llegan exactamente estas donaciones de alimentos?
Para averiguarlo, seguimos la donación de Drobnyk –a un banco de alimentos en este suburbio de New England.
En el interior del Gemma E. Moran United Way/Labor Food Center de New London, Connecticut, hay bolsas de cebollas y cajones de manzanas apilados hasta la altura de la cintura bajo luces fluorescentes. A lo largo de dos días, este lugar entregará paquetes de alimentos completos para el feriado a más de 3.000 hogares.
Jennifer Blanco, que ordena los alimentos aquí, comenzó la preparación para esto hace ya meses –estibando 2.500 cajas de relleno, 770 latas de arándanos, 260 cajones de papas, 189 cajones de batata y 196 cajones de manzana. La joya de la corona, naturalmente son las aves: 2.454 pavos y 580 pollos apilados en un congelador industrial.
La mayoría de las donaciones de alimentos del país pasan un tiempo en un centro como éste, donde se verifica su grado de frescura, se clasifican y se envían a despensas cercanas.
Voluntarios provistos de delantales y guantes apilan los alimentos en plataformas móviles y los organizan en el área de entrega donde están llegando los camiones bajo la lluvia matutina. En el transcurso de 48 horas, este banco de alimentos proveerá comidas para 9.000 personas.
Mientras tanto, la donación de Drobnyk es trasladada al depósito con otras dos entregas de último momento, y una voluntaria las coloca en un cajón para que las recojan hoy.
El problema del hambre en los Estados Unidos ha alcanzado un máximo histórico: 49 millones de estadounidenses no tienen lo suficiente para comer –es la población de Nueva York, Nueva Jersey, Massachusetts y Pensilvania juntos. Dieciséis millones son niños.
Feeding America, la organización más importante del país de alivio al hambre, entregó 3.300 millones de raciones de alimentos el año pasado. Los beneficios SNAP, antes conocidos como cupones de alimentos, fueron reducidos otros US$5.000 millones el año pasado, dejando en manos de organizaciones de beneficencia como Feeding America la tarea de cubrir esa brecha.
“Hubo muchos recortes en los cupones de alimentos y los requisitos en materia de ingresos para la ayuda alimentaria fueron aún más reducidos, de modo que el único recurso que tienen las familias es el sistema alimentario de emergencia” dice Blanco, contando que algunas de las despensas que abastecía solían venir una vez al mes, pero que ahora vienen dos y tres veces por mes.
“Lo están sintiendo. Nosotros también. La necesidad creció. Si se reducen los planes de ayuda, la única reserva son las despensas”.
Primera escala –el banco de alimentos
El banco de alimentos United Way depende de donaciones locales para aproximadamente la mitad de su comida. La mitad de los pavos para la fiesta de este año provienen de familias y empresas locales. La otra mitad se compró en Wal-Mart, que rebajó el precio desde US$1,30 la libra hasta apenas 80 centavos.
“La comunidad responde realmente”, dice Blanco. “El problema es que algunas de las familias que antes ayudaban ahora nos necesitan a nosotros”
Blanco reunió aproximadamente la mitad de los alimentos para las comidas en colectas de alimentos, y la otra mitad la ordenó a través del Connecticut Food Bank, que recibe los alimentos de la red Feeding America.
El último vehículo que llegó esta mañana es un camión de mudanzas Penske pintado de amarillo radiante, del que todavía asoman las letras y el logo de su vida anterior. Al volante va la Hermana Mary Grace, de 51 años, vestida con su hábito negro largo; baja del camión de un salto con una energía ágil y una sonrisa abierta.
Segunda escala –despensa
La hermana Mary Grace creció en el sureste de Connecticut, y se hizo monja después de cumplir los 20 años. Con su exuberancia juvenil, tiene un aire de jovencita que la hace parecer mucho menor de 51 años. Da marcha atrás con el camión amarillo –ahora cargado de pavos y adornos del banco de alimentos –hasta las Hermanas de la Caridad, el convento, escuela para niñas y despensa dirigida por la iglesia católica en Main Street. Su despensa entregará comidas de Acción de Gracias a 150 familias.
Dentro de la despensa, hay imágenes de la Virgen María rodeadas de frascos de manteca de maní y latas de arvejas cocidas. Una estatuilla de San Vicente de Paul –el primer sacerdote que recibió permiso de Roma para que las hermanas salieran del claustro e hicieran trabajo activo con los necesitados- domina un estante abastecido con atún.
“Es el santo patrono de los pobres y si hay un santo patrono de las despensas de alimentos, es él” explica la Hermana Mary Grace.
Baltic, Connecticut, era un activo molino algodonero hasta los años Sesenta, pero la fábrica cerró hace más de 40 años. Dos de los otros empleadores principales de la ciudad –Electric Boat, o EB como se la conoce localmente, y el laboratorio farmacéutico Pfizer- despidieron a miles de empleados en el último decenio.
Baltic era en un tiempo un típico suburbio de clase media, pero en la actualidad está cambiando drásticamente la historia de la pobreza urbana: no es un gueto dentro de la ciudad, es como una empresa exitosa dilapidada. En Main Street, los pórticos Reina Ana lucen deteriorados en tanto la pintura de las molduras se descascara.
Más de 21.000 residentes del condado de New London viven por debajo de la línea de pobreza, y United Way dice que el volumen de alimentos que distribuye creció desde 834.000 libras en 2001 hasta 3 millones este año.
La Hermana Mary Grace piensa que Baltic, donde los alquileres son más baratos que en la vecina Norwich, es “la última escala” para quienes luchan contra la adversidad en esta zona. “Es un foco de pobreza”, dice.
Es muy duro ver a tantas familias locales en la necesidad –ella guarda una pequeña reserva de abrigos y botas donados para los niños- pero considera que su trabajo aporta “esperanza” tratando a las personas con bondad y respeto. Su intención es tratar a quienes visitan la despensa como si fueran parte de su familia. “Trae sanación”, dice.
Última escala – En casa
Tres mujeres jóvenes, voluntarias de Mitchell College, llegan para descargar el camión color girasol. La Hermana Mary Grace ha guardado cajas durante meses para este acontecimiento.
A las 15:00 horas, una pequeña cola comienza a formarse frente a la puerta de la despensa. La Hermana Mary se instala en una pequeña mesa delante de la puerta de acceso y saluda a las personas a medida que llegan.
Una de ellas es Karon Ahse, una mujer de mediana edad, madre de tres hijos, que lleva el pelo recogido en un prolijo rodete. En marzo pasado la despidieron del Foxwoods Casino, que queda en las cercanías, después de haber trabajado allí 10 años como gerente de compras donde ganaba US$25 la hora. Ahora tiene dos empleos –en Wendy’s y Shoprite- pero el ingreso trabajando en dos lugares no llega a lo que cobraba por su empleo full-time.
Como muchos lugares en el país que tienen dificultades para salir adelante en medio del derrumbe después de la recesión, el problema no es sólo el desempleo –es el sub-empleo. Gran parte del crecimiento del empleo en los últimos cinco a seis años se centra en puestos con baja remuneración. Hay dos millones menos de empleos con remuneraciones medias y altas, según datos del National Employment Law Project, y 1,85 millones en el caso de los trabajos de salario bajo.
“Entra menos dinero, pero las cuentas siguen siendo iguales”, dice Ashe.
Como muchos de los que visitan la despensa hoy, la trajo un amigo. Dice que su familia se ha reducido ahora a un solo auto, que su marido se llevó al trabajo hoy. Desplazarse suele ser un problema para las personas de bajos ingresos en zonas suburbanas, porque el transporte público es irregular.
“Es difícil llegar a un banco de alimentos”, dice Ashe, que evitó utilizar la despensa durante meses. “Te ven y piensan que eres holgazán, que no quieres trabajar”.
Valerie Fillatreault llega a la despensa con una bandeja de brownies de regalo, y la Hermana Mary Grace le pregunta por su ciática. La Hermana Mary conoce por su nombre a casi todos los que llegan.
Fillatreault y su marido vienen a la despensa una vez por semana desde que se retiraron hace unos años –ella trabajaba en un banco y su marido trabajaba en una ferretería. Se refiere a la despensa como “una bendición”.
Fillatreault forma parte de los 4 millones de ancianos que deben hacer frente al hambre, y muchos optan entre medicamentos y dinero para alimentos, según una investigación reciente realizada por Feeding America.
Aproximadamente a las 17:00 horas, el número de cajas comenzó a menguar, y los voluntarios llevan algunos de los últimos pavos hasta los autos.
La Hermana Mary está inquieta porque esperaba una familia con niños pequeños y ya casi es hora de cerrar. Se recoge las faldas y cruza la calle y regresa enseguida con Bill Jones, de 57 años, que trae a su nieto de 3 años, Conner.
Bill tiene una barba encanecida y voz ronca, y Conner es un niño angelical de mejillas rosadas y grandes ojos marrones. Jones le sonríe al niño y a todas luces se ve que es el orgullo y la alegría del abuelo.
Jones es operario y con su esposa están criando a Conner y a su hermana. Jones se sometió a una operación a corazón abierto hace 10 semanas, y está ansioso por curarse, dice, y volver a trabajar conduciendo una retroexcavadora. Dado que trabaja por contrato, no recibe beneficios.
Las voluntarias toman un pavo y levantan una última caja de alimentos. La Hermana Mary Grace posa con Conner y una lata de salsa de arándanos para documentar el destino final de la lata.
La lata es colocada en la caja con el resto de los alimentos, y las voluntarias la cargan, junto con el pavo, al otro lado de la calle hasta un edificio de departamentos color pardo que está levemente inclinado hacia un costado. Detrás de ellas va Jones, cargando en brazos al pequeño.
Siga el derrotero de la lata en la galería de fotos al inicio de la página
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