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Había una vez una niña llamada Caperucita que atravesó un bosque oscuro para ir a ver a su abuela y un lobo se la comió.
Salvo en Irán, donde era un varón.
O en Francia, donde Caperucita Roja fue extraída del vientre del lobo y la abuelita hizo un manguito con su piel.
El Instituto Smithsoniano estima que existen como mínimo 58 encarnaciones diferentes del cuento de “Caperucita Roja” de los Hermanos Grimm que la mayoría de los estadounidenses conoce, en tanto algunos se remontan 2.000 años atrás.
Esta Navidad, Disney volverá a lanzar la narración del clásico cuento de hadas con una versión cinematográfica del controvertido musical de Broadway de Steven Sondheim “Into the Woods”. La producción teatral original reunió varios cuentos de hadas clásicos –como Caperucita, Las habichuelas mágicas y Rapunzel- dándoles un giro mucho más adulto. En el caso de Caperucita Roja, el hambre del lobo de Sondheim podría describirse mejor como lujuria.
Con la idea de que el musical sea para toda la familia, es probable que Disney cree su propia versión del trabajo de Sondheim: recortando canciones, manteniendo vivos a los personajes, agregando conexiones con sus propios personajes de otras películas como “Enredados” y eliminando la alusión sexual en la historia de Caperucita Roja.
“Disney planteó objeciones”, dijo Sondheim, según informó Playbill, cuando lo presionaron en cuanto a la relación provocativa entre la niña y el lobo. “Si yo fuera ejecutivo de Disney, probablemente haría lo mismo”.
Si la intención de Disney al cambiar la obra original es llevarla a un público más amplio, no está haciendo nada que no se haya hecho con los cuentos de hadas durante miles de años –cambiar una historia para adaptarla a la cultura actual. De hecho, como sostiene la académica de letras de Harvard Maria Tatar, los cuentos de hadas fueron hechos para ser cambiados adaptándose a la moralidad del pueblo y las culturas que llevaban a cabo la narración.
“Todos estamos obsesionados con estas historias porque abordan cuestiones muy fundamentales. Todos las conocemos y todos queremos contar nuestras propias versiones”, dijo Tatar. “Los cuentos de hadas no fueron escritos en granito”.
En el caso de Caperucita Roja, los Grimm en realidad moderaron las alusiones sexuales, haciendo que la niña se desvistiera y saltara a la cama con su “abuelita” (el lobo disfrazado) para luego ser rescatada por un cazador. Sin embargo, en la versión anterior del autor francés Charles Perrault, Caperucita simplemente se desviste, se mete en la cama con el lobo, y es comida, indicando que si una niña es lo bastante estúpida como para meterse en la cama con un lobo, éste seguramente la comerá.
Esa versión de la historia tal vez sea el origen de la expresión francesa para una chica que pierde la virginidad –“elle a vu le loup”- o sea “vio al lobo”.
Pero cuando corporaciones como Disney, Pixar o DreamWorks deciden el contenido moral de un clásico que vuelve a contarse, probablemente no es con un final feliz, dice el profesor de la Universidad de Minnesota Jack Zipes.
La cultura de Disney en películas y parques temáticos se inclina hacia el conformismo, el convencionalismo y el sexismo. Su interés es para su propio beneficio, no para educar a los niños o ayudarlos a pensar en forma crítica por su propia cuenta”, dijo Zipes. “Nadie pretende descartar todo lo que han hecho, pero nuestra tarea es analizarlo y decir ‘la vida no es así’”.
Pérdida de complejidad
“La moral fue un tema central en los cuentos de hadas en torno del siglo XIX, dijo Tatar, cuando fueron introducidos en la guardería.
“De pronto se ve esa moralidad al final de los cuentos”, dijo Tatar.
Si bien los Hermanos Grimm fueron originalmente académicos del siglo XIX que registraron cuentos populares como una manera de preservar la cultura alemana, Tatar dijo que rápidamente reelaboraron sus cuentos dirigiéndolos a niños al darse cuenta de que los compraban para leerlos en la guardería.
“No les interesaba el folklore, sino que leían las historias a los niños”, dijo Tatar. “Debemos tener presente que hasta el siglo XVII, los niños maduraban muy rápido. Eran movilizados para el trabajo lo antes posible. Cuando se comenzó a extender la infancia, los libros pasaron a convertirse en una manera de mantener entretenidos a los niños”.
De ahí en más los editores de libros y los cineastas han modificado los cuentos. En algún momento, los cuentos de hadas se convirtieron en un instrumento para transmitir lecciones de vida y moralidad a los niños. La profesora de teoría literaria en la Universidad de Santa Clara, Marilyn Edelstein mencionó la obra del psicólogo Bruno Bettelheim, quien sostenía que los cuentos de hadas eran cruciales para ayudar a los niños a enfrentar el mundo (se descubrió que el trabajo de Bettelheim era plagiado, señaló Edelstein).
“Los cuentos de hadas enseñan lecciones que los niños necesitan y los ayudan a enfrentar tipos de ansiedades que pueden experimentar como el miedo de perder a uno de sus padres”, dijo Edelstein.
Si bien Tatar ha editado por su cuenta los cuentos de hadas que leía a sus hijos, dice que suavizar completamente los relatos elimina aquello que los hace grandes.
“Esencialmente, implicaba reducir estas historias verdaderamente complejas a una sola consigna como ‘No te apartes del camino recto’ (Caperucita Roja)”, dijo Tatar. “El cuento va mucho más allá de eso”.
Cuando volver a contar los cuentos de hadas implica apuntar a su complejidad, hay un acercamiento mayor a los dilemas morales inherentes al género desde que se hizo la primera narración alrededor de una fogata. Los cuentos de hadas, dice Tatar, han dominado el arte de transmitir estas complejidades a través de fragmentos breves y simples de literatura.
Tatar ilustró su argumento con lo que denominó “historias con dilema” de África. En una, un niño que tiene un padre biológico cruel conoce a un hombre que lo aleja del maltrato y lo adopta. Pero un día, el niño recibe una espada y la misión de matar a uno de los hombres. “¿Cuál elegirá el muchacho?” dijo Tatar. “Igual que Caperucita Roja -¿la niña era una seductora o el lobo un predador?”
Gran atractivo, mensaje perdido
El hecho de que Hollywood –donde se origina la mayoría de las nuevas versiones- deba atraer a un público amplio implica que los cuentos de hadas pierdan el realismo que los caracteriza. “El mundo oscuro de ‘Hansel y Gretel’ deja a los niños un sentimiento más verdadero de la realidad. No representa un mundo que siempre es soleado y sin sombras –como lo hacen la mayoría de las historias actuales para niños”, escribió Sophie Hileman en Crisis Magazine, una revista de cultura para católicos practicantes.
Prescindir de una parte tan grande de realismo descarnado y de violencia puede, a su vez, diluir los mensajes morales, sostuvo Hileman.
“Habrá momentos en que los niños sufrirán a manos de una persona o una fuerza más grandes. Es posible que nunca vean justicia pero –si leen suficientes cuentos de hadas- les quedará un sentimiento auténtico de que la injuria a la larga será vengada o corregida por alguna fuerza invisible, maravillosa, que arregla las situaciones”, escribió Hileman. “Como repite Hansel a lo largo de todo el cuento, ‘Dios no nos abandonará’”.
La naturaleza monótona de muchas de sus llamadas “películas de princesas” como “Cenicienta”, o “Blancanieves” es un problema que Disney se esforzó por abordar en los últimos años, haciéndolas moralmente más complejas, quitándoles el carácter formulista en películas como “Frozen”, “Brave” y especialmente “Maléfica”, dijo Zipes.
“Ver una película de Disney es verlas todas –salvo ‘Maléfica’, porque se rompen totalmente las convenciones”, dijo Zipes. “Es sumamente importante conocer a los clásicos, pero también cambiarlos para abordar sus deseos y preocupaciones. Los seres humanos no son inmutables”.
“Frozen”, por cierto, no fue aceptada sin controversia –generó polémica a la hora de establecer si la película marcaba un alejamiento de la fórmula o una afirmación de la homosexualidad.
“Más allá de interpretar (‘Let It Go’) como un himno gay o una canción que habla de seguir los impulsos, me parece que están presentes todos esos distintos niveles”, dijo Tatar. “Puede tener todavía cierto valor de impacto, pero algo como ‘Frozen’ habla mucho más sobre nuestros valores culturales que Blancanieves, por ejemplo”.
Quizá, como sugirió Tatar, no son las historias lo que amamos, sino los interminables interrogantes –y versiones- que inspiran.
“Apenas terminamos de contar estos relatos, los discutimos y al hacerlo, estamos negociando y renegociando nuestros valores”, dijo Tatar. “Se trata de pensar qué significa esa historia para nosotros”.
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