Estimated read time: 3-4 minutes
This archived news story is available only for your personal, non-commercial use. Information in the story may be outdated or superseded by additional information. Reading or replaying the story in its archived form does not constitute a republication of the story.
Desde que somos pequeñas, muchas de nosotras jugamos a ser mamás. Esa pequeña muñeca o muñeco es nuestra(o) primer hija(o); con las facilidades que nos da la edad la cuidamos, la alimentamos y velamos por ella. Con el paso del tiempo y llegamos a la adolescencia la dejamos de lado, son otros los intereses que tenemos; ya no pensamos en ser madres, salvo cuando llegamos a una edad adulta en la que sentimos la necesidad de la maternidad. Digo que sentimos la necesidad porque en mi caso fue así; me casé cuando tenía 22 años, dentro de nuestros planes estaba tener nuestro primer hijo después de 5 años de casados. Unos meses antes de quedar embarazada, mi esposo y yo bromeábamos al imaginarnos cómo sería tener un bebé; empezamos a crear ese espacio que necesitaba ser ocupado. Sin planearlo, cuando cumplimos 11 meses de casados quedé embarazada; mi hijo llegó cuando tenía 24 años.
Cuando tuve a mi hijo en brazos por primera vez, lo único que hice fue contemplarlo y comprobar, una vez más, el infinito amor que tiene Dios para nosotros que nos confía a uno de sus hijos para que podamos criarlo en amor y rectitud. Como leí en un texto “la vida no viene con un manual de instrucciones, viene con una mamá”; una mamá que cuando es primeriza desconoce prácticamente todo, una mamá que crece y aprende con su hijo.
Muchas veces me he preguntado sí soy buena madre, sí estoy cumpliendo y retribuyendo la confianza que Dios puso en mis manos al darme uno de sus hijos; sí estoy enseñándole a ser una buena persona, porque ciertamente también soy humana y puedo cometer errores. Puedo decir que todos los días encuentro la respuesta a esa pregunta al ver a mi hijo sano y amoroso. Sé que hay días difíciles, en los que nuestro rol de madre puede verse complicado con las ocupaciones de la casa, del trabajo, de la escuela; acciones que se confabulan entre sí para hacernos perder la cabeza. Solemos tener situaciones en las que no sabemos qué hacer, cómo reaccionar; sin embargo, es en esas circunstancias cuando más recuerdo que nuestro Padre Celestial no nos da mandamientos sin antes prepararnos el camino; camino en el que nuestra prioridad debe ser nuestra familia, nuestros hijos y así cumplir con el mandato de ser madre.
Es verdad que para conseguirlo debemos renunciar a algunas cosas a las que quizá estuvimos acostumbradas, como el salir o reunirse con amigas, salir en la noche o simplemente estar sentadas en un sofá leyendo un libro; cosas que quizás no son tan importantes para nuestro desarrollo personal, como lo es el ser madre y criar un hijo. Ese hijo que ve en nosotros un ejemplo y sobre el cual ejercemos una influencia incalculable; al criar a nuestros hijos con amor, estamos criando hombres de bien.
No lo podemos hacer todo, no tenemos la solución a todo, no podemos enseñarles todo, pero podemos amarlos infinitamente, entenderlos y ayudarlos en todo con amor, ese amor que nos dejará decir, definitivamente, que ser madre no es para nada difícil.