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El ciclo de la pobreza es más difícil de romper de lo que creemos –qué se puede hacer al respecto

El ciclo de la pobreza es más difícil de romper de lo que creemos –qué se puede hacer al respecto


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Un estudio que abarcó a 800 estudiantes de Baltimore revela que quienes nacen pobres siguen siendo pobres y no es por un problema de educación.

En 1982, Karl Alexander, el sociólogo de Johns Hopkins, inició un trabajo de seguimiento de 790 niños en edad escolar de Baltimore cuando ingresaron en primer grado –y los siguió a lo largo de 30 años de su vida.

Originalmente, el trabajo se llamó “estudio sobre el inicio de la escuela” y se proponía analizar atentamente el primer grado y hacer un seguimiento de las consecuencias a lo largo del tiempo. Partió de la idea –que dominaba la bibliografía- de que la escolaridad marcaba la diferencia entre ricos y pobres, entre quienes ascendían en la escala social y quienes quedaban postergados.

Llegado un momento, Alexander tuvo que desechar ese nombre y esa premisa porque no se sostenían. Cuando los niños de primer grado de Alexander llegaban a la vida adulta, la inmensa mayoría terminaba más o menos en la situación que estaban sus padres.

En los resultados del estudio a lo largo de 30 años y en “The Long Shadow: Family Background, Disadvantaged Urban Youth, and the Transition to Adulthood”, el libro que lo siguió, Alexander constata que las oportunidades económicas y la educación estaban demostrando no ser factores tan igualadores como se creía.

Alexander habla con Deseret News sobre la educación y la pobreza en una de las ciudades más atormentadas de los Estados Unidos, explicando por qué el ciclo de la pobreza es más difícil de romper de lo que nos gusta creer –y qué se puede hacer al respecto.

Deseret News: Su investigación ha recibido mucha atención porque usted comprobó que los hombres blancos sin formación universitaria se quedaban con los mejores empleos fabriles con remuneraciones altas en Baltimore. Los hombres blancos tenían 45 por ciento de los empleos industriales, en tanto los hombres afroamericanos con el mismo nivel de educación tenían el 15. Las mujeres prácticamente cero. ¿Qué contribuye a que eso ocurra?

Alexander: En los años 1940 y 1950, durante la movilización de la Segunda Guerra Mundial, la economía de Baltimore era floreciente. Los historiadores mencionan la aparición de una elite obrera entre los hombres que trabajaban en esos oficios, y solían tener protección gremial. Los chicos que seguimos en nuestro estudio –sus padres y sus abuelos- se beneficiaron con esa economía en expansión, y heredaron ese legado.

Nuestra interpretación de por qué los hombres blancos tienen un mejor acceso está en las redes sociales familiares que se remontan a esa época. El empleo en buena parte del trabajo obrero se da a través del boca a boca –padres, tíos. Cuando preguntábamos por el trabajo de media jornada en el secundario, un quinto de los varones blancos tenía empleos a tiempo parcial en la industria y la construcción. Todavía no eran plomeros y soldadores y mecánicos de autos pero se encaminaban a serlo. Los varones afroamericanos no tenían esos empleos. Lo cual puede implicar una gran diferencia en lo que se refiere a quiénes los consiguen.

Deseret News: ¿Y los chicos con una educación superior? ¿Podían salir adelante?

Alexander: Apenas 4 por ciento de los chicos de familias de bajos ingresos habían obtenido un título universitario antes de los 30 años. Los chicos de clase media presentaban una tasa de graduación universitaria de 45 por ciento. Hay una diferencia impactante de diez veces.

Deseret News: Todos estos chicos empezaron en primer grado juntos -¿por qué los niños de bajos ingresos no llegaron a la universidad como sí lo hicieron muchos de clase media?

Alexander: Los chicos de clase media llevan ventaja a lo largo de toda la escuela –rinden más académicamente desde el comienzo. Los chicos de clase media tienen más probabilidades de estar rodeados de libros y revistas, tienen juguetes educativos y experiencias de enriquecimiento.

Los chicos de bajos ingresos empezaron primer grado medio grado más atrás. En la escuela primaria, a menudo estaban tres grados atrasados –en un nivel de tercero o cuarto grado en vez de quinto o sexto.

Deseret News: Y sin embargo, a pesar de eso, 30 por ciento de los niños urbanos desfavorecidos fueron a la universidad, pero sólo 4 por ciento la completó. ¿Qué pasó?

Alexander: La realidad es que las tasas de abandono universitario a nivel nacional son mucho más altas que las del secundario. En el libro, hablamos de dos caminos a la universidad. El camino de la clase media es la vía rápida –se inscriben inmediatamente después del secundario, estudian a tiempo completo y avanzan hasta graduarse. Es más probable que vivan en la universidad y fortalezcan su apego a la escuela de altos estudios.

Los chicos pobres emprenden un “camino serpenteante” y posiblemente eso tiene un costo en su avance. Es más probable que se inscriban con horario parcial y que deban viajar. Todo esto se asocia con una posibilidad reducida de llegar a obtener un título. Oímos hablar a los chicos de lo difícil que les resulta terminar porque tienen la responsabilidad de cuidar hijos o ayudan a un padre necesitado o no tienen los recursos para acelerar la enseñanza ni comprar libros.

Deseret News: En general, los chicos terminaron en gran medida en la misma situación que sus padres. ¿Por qué son tan importantes los padres para la movilidad social?

Alexander: La ventaja de los niños blancos de clase media que acceden a buenos trabajos se reduce a los padres que usan sus recursos para ayudar a sus hijos –y eso no está mal. Todos los padres se esfuerzan por dar lo mejor. La diferencia es que algunos padres cuentan con recursos más sólidos. Debemos reconocer a los niños que no tienen esos recursos y esas ventajas y pensar maneras de ayudarlos a superar los medios de sus padres.

Deseret News: En base a su investigación, ¿qué puede servir para que los niños urbanos desfavorecidos salgan adelante?

Alexander: Lo que vemos es un legado explícito de discriminación y exclusión –los afroamericanos han tenido un acceso limitado a ciertos tipos de empleos, y no tuvieron acceso a los programas sindicales. La segregación residencial se mantuvo en las ciudades, y los bancos tenían prácticas discriminatorias. Actualmente, tenemos leyes en contra de esas cosas, pero la práctica del boca a boca para contratar y favorecer a personas del entorno propio es un hueso duro de pelar.

Nos gusta creer que tenemos oportunidades iguales, suena bien. Es lo que al país le gustaría. Pero no se da en la realidad.

Podríamos ayudar de manera más consciente a los chicos en los desiertos laborales del centro de la ciudad –ayudarlos a salir y obtener buenos empleos en los grados medios que les abran puertas más adelante. Las redes son la clave. Si queremos realmente hacer mejor las cosas, debemos invertir en desarrollo académico y desarrollo profesional.

Email: laneanderson@deseretnews.com

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Lane Anderson

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